María, 18 de julio, 2017

El fabuloso mundo del lenguaje de los iKids (Generación Z)

Una madre cualquiera, a su hija: «Querida iKid, ¿puedes dejar ya el snap y apagar el spoty, xfa? Btw, TQM pero este challenge q te has marcado, con selfies que son casi nudes, va a terminar en fail. Te quedas sin Insta. Menuda poser estás hecha. ¿Es que crees que no me entero de nada? LOL. Te dije que ni fotos locas ni insultos ni troleos. Q luego llegan los haters y se monta 1 bna. Espera, que llaman a la puerta. BRB. (…) Era tu BFF. También está castigada. Así que te voy a hacer spoiler de tu fin de semana: Nada. De. Móvil. ¡OMG, no pongas ese careto! No es el fin del mundo… Tampoco es q seas super popu o tengas 1k followers. En el fondo es una bnisima idea, deberías darme mzo grax. Así te dedicas a planes IRL y seguro que te renta. Va. XD.«.

Este párrafo es un poco exagerado (por la cantidad de palabrejas juntas), pero me sirve para abrir el tema de cómo se expresan nuestros hijos -especialmente los adolescentes- en tiempos en los que el mensaje corto y el comentario breve son los reyes del mambo.

Mi opinión personal es que los iKids lo están haciendo bien. Al menos razonablemente bien. Están adaptándose al contexto en el que viven y se comunican con términos, abreviaturas y emojis que simplifican su comunicación y les ayudan a integrarse en su grupo. Ya sé que se les critica porque a veces hay faltas de ortografía o porque «recurren a lo corto y fácil» en lugar de expresarse con frases subordinadas y verbos complejos. Pero eso es parte de lo que toca en la adolescencia, ¿no? Aún tienen tiempo antes de ponerse serios y asumir la diferencia necesaria en cómo debe uno expresarse en función de con quién o dónde esté (y tú como padre/madre juegas un papel muy ‘top’ en ayudarle).

Los Millennials (nacidos entre los 80 y mediados de los 90) y sobre todo los miembros de la Generación Z (nacidos desde finales de los 90 hasta más o menos el fin de la primera década del siglo actual) son usuarios activos activísimos de la tecnología y su comunicación es tan personal como digital. No quiero ya ni pensar en los iKids nacidos después. Quedarse en que «ya no se hablan» o «ya no saben expresarse» no soluciona nada; yo creo que es mejor acompañarles, con un poco de sentido del humor, para que esa comunicación vaya creciendo y adaptándose conforme ellos crecen y se adaptan.

Su vida conectada (costumbres, intereses, lenguaje, contactos) tiene que ver con su vida a secas: sus amigos, su colegio, su familia, sus hobbies, sus frustraciones y éxitos. Nada más y nada menos. Les gustan las palabras cortas. Les gustan los mensajes de voz. Les gustan las imágenes. ¿Es por pereza? No creo que sea solo por pereza. Al final, están experimentando. Y en esta fase de prueba y error, si andamos cerca, mejor. No leyendo los mensajes a todas horas, pero sí preguntando, sí dando ejemplo, sí tomándonos las cosas con calma.

Y no nos engañemos. Los adultos también hemos cambiado nuestra forma y vía de expresarnos. Nosotros también recurrimos cada vez más a los emojis para expresar con una sola tecla una emoción, una opinión, una situación. La tecnología es en parte responsable de que hablemos cara a cara o por teléfono (tradicional) con menos frecuencia -porque hay mensajes- o de que utilicemos emojis en lugar de frases (ayer fue el Día Mundial de estos símbolos que invaden nuestra vida, por cierto). Pero, al final, no es la tecla; es la persona. Y cada uno habla de forma diferente, por su carácter, su entorno, su edad y el medio que utilice. No mandas los mismos mensajes a tu jefe, a tu madre, a tu amigo, a tu pareja o a tu hij@. No es lo mismo mandar un WhatsApp a un colega que un e-mail a un compañero de trabajo; no es lo mismo enviar un mensaje de texto al fontanero que viene a arreglar el grifo que a una amiga que pasa por un mal momento de salud. No pones lo mismo. No es igual. Lo sabes. Y los iKids terminarán sabiéndolo también.

Ya sé que nosotros de jóvenes éramos unos eruditos. Pasábamos el día leyendo a Kafka, jugando con peonzas en la calle, comiendo fruta y verduras, obedeciendo a nuestros mayores, apagando la tele si salían los dos rombos aunque papá no estuviera en casa. Nadie tenía problemas en el colegio, nadie suspendía, nadie cometía faltas sintácticas o gramaticales. Nosotros no dábamos la vuelta a la cinturilla de la falda para que fuera más corta ni fumábamos a escondidas. Nadie se emborrachaba porque no existía el botellón. Nadie ponía motes a los profesores. Nadie mandaba postales «hechando» de menos. Nadie decía «guay» o «mogollón», «tía», «pibón». Nadie decía palabrotas ni obscenidades. Ahora que los móviles existen, esas máquinas diabólicas tienen toda la culpa (junto con Internet, las redes sociales, etcétera, etcétera) de lo que hacen nuestros hijos…

Que no. Que podemos hacer mucho para guiarles. No echarles la bronca permanentemente, sino guiarles. Acompañarles. Empezando por entenderles (o intentarlo).

No digo que no corrijamos a los iKids cuando se pasan tres pueblos o cometen faltas graves, pero tengamos en cuenta que la falta la comete el/la niñ@, no el móvil. Y el iKid que diga algo de una manera en el mundo real lo dirá igual en el mundo online. Sirve (mucho) entender quiénes son, cómo son y en qué mundo viven. A mí me parece apasionante. Y como soy víctima del binge-watching (eso de meterse maratones de series en el cuerpo cuando la ausencia pediátrica lo permite); como «ok» forma parte de mi bitácora de mensajes a diario; como me encanta hablar (con adultos, conmigo misma, con mis iKids)… prefiero dejar de lado los prejuicios, observar cómo se comunican mis hijos con su mundo y tratar de aportar mi granito de arena para que no escriban «asta pronto» ni me contesten a todo con un «va», para que pongan tildes en la medida de lo posible y piensen con quién se están escribiendo antes de ponerse a teclear.

Quizá, como dicen algunos, estamos ante el Apocalipsis de la comunicación entre personas (…), pero todo esto de los mensajes también sirve para abrir vías de diálogo entre personas poco dadas a expresarse, así que no hay mal que por bien no venga.

Y si me envían un mensaje con un TQ o un emoticono con un beso, sinceramente, me mola. Mazo.

Algunas lecturas para ponerse al día sobre el lenguaje de Millennials y Generación Z, sobre las expresiones que usan y sobre la terminología asociada a su vida actual:

Bss,

M.

PD1. Algunos posts relacionados con las costumbres de estos iKids conectados como consecuencia de la vida tecnológica: leer en tiempos digitales, Internet y quinceañeros, qué es eso de Insta y Finsta, las apps que más usan los iKids y para qué las usan, pantallas y estereotipos de género, redes sociales y salud, odio en Internet, sexting y porno online…

PD2 (traducción de la intro). «Querida hija, ¿puedes dejar ya Snapchat y apagar Spotify, por favor? Por cierto, te quiero mucho, pero este reto que te has marcado, con selfies que son casi desnudos, va a terminar siendo un fracaso. Te quedas sin Instagram. Menuda adicta estás hecha al postureo y ‘decorar’ lo que haces. ¿Es que crees que no me entero de nada? (risas). Te dije que ni fotos locas ni insultos ni meterse con los demás. Q luego llegan los que solo se dedican a criticar y se monta una buena. Espera, que llaman a la puerta. Ahora vuelvo. (…) Era tu mejor amiga. También está castigada. Así que te voy a contar lo que va a pasar este fin de semana: Nada. De. Móvil. ¡Dios mío, no pongas esa cara! No es el fin del mundo… Tampoco es que seas famosa y te sigan miles de personas. En el fondo es una buenísima idea, deberías darme las gracias. Así te dedicas a planes de verdad, en la vida real, y seguro que termina siendo mejor. Venga. (risas)«.

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