María, 27 de septiembre, 2017

Niños y tecnología: distinguir pánico, problema y oportunidad

Pongamos que en la calle llueve a cántaros, tormenta de primera magnitud . ¿No sales en absoluto para evitar una neumonía mortal? ¿Sales todo el día a pasear sin paraguas o gabardina? ¿O sales un rato a la calle, bien equipado, haces lo que tengas que hacer y vuelves a casa, te tapas con una manta y te pones una peli o lees o escuchas música o cocinas, en función de lo que te guste? Pues eso. Ni ser presa del pánico ni pasar de los posibles problemas, sino buscar el término medio. De eso hablo hoy, más o menos: de la tormenta de opinión sobre niños y tecnología y el impacto que provoca en los adultos responsables de educar en los tiempos que corren.

Y es que no hay quien no se pronuncie sobre el fabuloso mundo de los niños y la tecnología (yo misma, sin ir más lejos). Hablando sobre cómo aprenden, cómo se entretienen, cómo se relacionan, cómo consumen, cómo se quieren o se odian. Hablando sobre ventajas e inconvenientes, sobre el papel de los padres y los educadores. Sobre salud mental, carencias en el aprendizaje, ausencia de valores y presencia de peligros. Sobre niños demasiado estimulados pero poco atendidos. Sobre maravillosas apps y clases conectadas que mejoran lo conocido. Sobre alfabetización y necesidades y ventajas del mundo digital. Hay tanto que leer por todas partes que a veces es imposible crearse un criterio, porque las opiniones son contradictorias y cambiantes. Y, al final, se hace más «viral» la corriente de pánico, tan grande que el resultado que consigue es el opuesto al que persigue.

Pánico

En Estados Unidos, un padre de familia del estado de Colorado inició hace tiempo un movimiento para pedir firmas y conseguir que se prohibiera por ley el uso de smartphones entre niños menores de 13 años. Aquí en España, existe por ejemplo una petición compartida para reducir el uso de dispositivos en los colegios. Fuentes de diversa índole aluden al impacto perjudicial que tiene sobre los menores el uso de la tecnología y expertos o gente de a pie coinciden en señalar cómo las nuevas generaciones «están perdiendo el norte», «han perdido su infancia», «carecen de empatía» y «viven adictos a la tecnología», o cómo los padres estamos «distraídos digitalmente» y cómo los niños pasan su tiempo con la «niñera tecnológica», con todo lo malo que eso implica.

Se trata de iniciativas bien intencionadas, basadas en evidencias que sugieren que el uso excesivo de las pantallas perjudica el proceso de aprendizaje, maduración, comunicación y estabilidad emocional de los niños. Pero existe un punto intermedio entre «la tablet fríe el cerebro de los niños, así que no les dejes ni que se acerquen» -que es lo que nos dicen muchos- y «abandonemos a los niños a su suerte» -que es lo que parece que hacemos padres y educadores- y quizá deberíamos tenerlo en cuenta. Si solo trasladamos el mensaje de alarma viviremos en un pánico permanente, porque eliminar la tecnología de la vida cotidiana es a estas alturas muy difícil. El pánico paraliza, así que lo que necesitamos es información y un punto de equilibrio para, en lugar de paralizarnos, ponernos en marcha y actuar.

El miedo al cambio y a lo desconocido es humano y nos preserva de equivocarnos. El pánico a los efectos de la tecnología sobre los niños y adolescentes, el que está basado en eliminar las pantallas de sus vidas y en poner en tela de juicio permanente cómo se están haciendo las cosas, nos encajona en un «no». Mientras unos nos dicen que los smartphones están destrozando a una generación, otros opinan que ese mensaje es alarmista. Donde unos se quedan con el mensaje de que los ‘mandamases’ de Silicon Valley llevan a sus hijos a colegios sin tecnología, otros defienden a ultranza el uso de lo digital en las aulas. Intereses empresariales o personales aparte, defender posturas extremas nos conduce solo a entrar en pánico. Y las recomendaciones con las que te encuentras son: no le des una tablet y sal con él a disfrutar de la Naturaleza; no elijas tecnología y opta mejor por motivar su entusiasmo desde el cara a cara. Como si todo fuera tan sencillo con la vida que nos está tocando vivir.

Entidades como la Academia Americana de Pediatría realizan recomendaciones sobre tiempos y usos de pantallas y lo hacen adaptándose a los nuevos tiempos, pero algunos expertos siguen diciendo que es mejor que no hagamos caso y que prohibamos todo. Y lo hacen porque los padres de familia lo hacemos todo mal y estamos dejando que nuestros hijos crezcan desequilibrados y sobre-estimulados, incapaces de cosas como jugar, leer o aburrirse. Y sí, somos los primeros educadores, responsables de hacer las cosas bien con los iKids, pero ¿de qué sirve que nos digan (solo) todo lo que hacemos mal si no hay suficiente información práctica y realista sobre cómo vivir el mundo real de hoy sin perder el control y sin sentirte fracasado como padre desde el minuto 1 de cada día?

Las actitudes sociales sobre la tecnología no suelen basarse en una experiencia directa, sino que proceden de noticias, informes profesionales y adultos. Así que nuestra percepción de las amenazas parte de datos, sí, pero no tanto de interacción y comprensión. Es fundamental ser precavido en cuanto a niños y pantallas para evitar que la tecnología se utilice de formas dañinas. Pero eso no significa que haya que negar la realidad. ¿No será mejor tratar de desarrollar una comprensión serena y una acción equilibrada del uso de cada nuevo invento, de las consecuencias buenas y malas de su uso?

Problema

Sin duda nos encontramos en un momento complejo, en lo que tiene que ver con ayudas a las nuevas generaciones a interactuar con la tecnología tanto si somos padres de familia como si somos educadores, docentes, políticos, agentes de seguridad, profesionales médicos y sanitarios… La tecnología avanza ‘que es una barbaridad’ y no creo que podamos erradicar el problema ignorando que lo digital ha llegado para quedarse.

El caso es que no podemos educar a nuestros hijos exactamente como nos educaron a nosotros, porque el mundo no es igual. La realidad de nuestros iKids incluye las pantallas, así que tenemos que acompañarles desde pequeños para que, además de aprender a utilizar cuchillos, respetar a los mayores, pedir bien las cosas o responsabilizarse de sus tareas, ser creativos y emocionalmente estables, aprendan a relacionarse con el mundo conectado. Con equilibrio, con auto-estima, con disfrute, con cuidado, con respeto.

No soy experta en psicología o pedagogía, así que no dispongo de la verdad absoluta ni pretendo que nadie me dé la razón. Sólo soy usuaria de la tecnología, profesional y ama de casa, persona que piensa y persona a la que formaron en los años 80 y 90 para ser independiente y autónoma, mujer y madre de familia con niños pequeños y adolescentes. Cada uno de mis hijos es distinto, les gustan cosas diferentes y la forma de equilibrar el tiempo que pasen ante una pantalla (o haciendo cualquier otra cosa) no es igual. Cuando eran bebés no estábamos aún en este mundo de dispositivos móviles, pero ya había mensajes contradictorios sobre los Baby Einsteins y la estimulación. No puedo hacer todo igual con cada uno de mis iKids porque uno puede ver horas de video si no intervenimos y otro pasa de videos y otro lo que quiere es parque-parque-parque. El que es muy sociable quiere mucho Instagram; el que es menos sociable quiere videos de YouTube; el que lo pasa regular en el patio lo pasa regular en WhatsApp. El menos activo quiere más series y videojuegos. A los 8 no piden lo mismo que a los 13 y los límites los tengo que ir adaptando. El que tiene tablet en el colegio debe seguir unas normas y el que sólo usa tablet en casa tiene otras. A uno le gusta crear y a otro, consumir. A veces soy estricta con las normas y a veces me las salto porque no puedo más. Sólo tengo tres iKids, pero cubren un espectro muy amplio… Así que lo mejor que puedo hacer es orientarles, ir viendo qué les gusta y ayudarles a usarlo con equilibrio, pensar en cómo implicarme para estar pendiente y conseguir que hagan un poco de todo. Sin pensar que la tecnología es el enemigo. Sin juzgar a los demás.

Abstenerse de las pantallas seguramente evite los peligros, pero también impide las ventajas. Y no se trata de que haya que preparar a nuestros iKids de 3 años para el mundo profesional del mañana. No se trata de poner controles parentales y olvidarse ni de decir que el control parental es inútil porque hace que los padres no nos ocupemos. No se trata de llamar mal padre al que pone el iPad delante del niño. No se trata de prohibir por ley el móvil hasta los 14 o las redes sociales hasta los 16. Se trata de información, equilibrio y autonomía progresiva. Se trata de ‘un poco de todo’.

Prefiero el enfoque positivo que convierte los problemas en opción de cambio y prefiero el enfoque de ‘asumir nuestra imperfección porque ser perfectos es imposible’. Porque son muchos los frentes abiertos, más allá de las pantallas. Cada día leemos cómo alimentar a nuestros hijos, cómo hacerles creativos y deportistas, lectores y responsables, valientes y emprendedores, equilibrados y sensatos y respetuosos con la libertad propia o ajena. Es tan enorme el reto, que tenemos muchas posibilidades de fracasar si todo lo tomamos en serio y con todo nos juzgamos.

Oportunidad 

En mi caso concreto, busco cada día la mejor manera de estar ahí para mis hijos, de adaptarme a cómo son, a cómo soy yo, a lo que es bueno para ellos y al mundo en el que vivimos. Sí, les dejo la tablet a ratos para que se entretengan. Sí, utilizan videojuegos. Sí, ven la tele. Y sí, el mayor tiene móvil. Y sí, voy con ellos al parque. Ceno con ellos. Hablo con ellos. Vamos al cine. Salimos a montar en bici. Se disfrazan. Pintan. Bailan. Disfrutan de la música y a veces, incluso, del silencio. Tenemos un momento familiar YouTube por las noches y, aunque a veces los mayores no llegamos a todo, otras veces sí. Entre semana no hay pantallas (salvo deberes) pero el fin de semana me relajo un poco (lo siento). A veces, en un restaurante, les dejo el móvil para poder tener yo una conversación con mi pareja o mis amigos. A veces, en un restaurante, hablamos todos juntos. A veces me doy cuenta de que no les escucho con toda mi atención porque me acaba de llegar un mensaje. A veces todos mis sentidos son para ellos. A veces hago bien las cosas. A veces las hago mal.

No se trata de decir que hay que dejarles vivir la tecnología a su aire sin intervenir. Pero tampoco se trata de decir que van a perder su infancia si usan pantallas. Yo en los parques sigo viendo a padres con hijos. En los restaurantes sigo viendo a familias que hablan entre ellas. En los festivales escolares sigo viendo a padres que salen del trabajo para ver a sus hijos actuar. En las casas sigue habiendo padres que leen cuentos a sus hijos, aunque les dejen en otro momento una tablet. En las casas hay padres que un día permiten usar videojuegos y otro se recorren la ciudad llevando al niño a un cumpleaños o a una extra-escolar o a un museo o al cine. En las casas veo padres que hacen planes en familia y dejan también ratos para el aburrimiento. En los coles veo profesores que además de usar tablets explican cosas a sus alumnos. En los iKids veo horas de sofá tragándose cualquier cosa, veo sobre-exposición en redes sociales y móviles siempre en la mano, pero también veo partidos de futbol, fiestas de pijamas, manualidades, confidencias en el patio, bandas de rock y chic@s solidarios y creativos que hacen cosas increíbles.

Apelar a los peligros y a la desatención sin mencionar lo bueno no es suficiente para retratar cómo padres y educadores tratan de sobrellevar estos tiempos de cambio o cambio de tiempos. Hablar de oportunidades para interactuar con ellos mientras ellos interactúan con la tecnología (o con cualquier otra cosa) creo que es un mensaje más alentador.

Si desincentivamos el aprendizaje progresivo de la convivencia con la tecnología o nos limitamos a intervenir cuando ya hay un problema, estamos empezando tarde. Más que dejarnos llevar por el pánico, ¿no será mejor entender los contratiempos y abordarlos de forma positiva? ¿No podemos aprovechar eso que les atrae para inculcar valores de los de siempre? ¿No es posible que un poco de tecnología sea compatible con todo lo demás que se considera sano y del ‘mundo real’?

Los niños y adolescentes de hoy viven un mundo en el que las pantallas les definen como generación. Sacarles de ese entorno no es la solución. Aprovechar la oportunidad de sumergirnos con ellos en la vida conectada nos dará más opciones para conseguir que sean ciudadanos comprometidos, respetuosos, responsables, formados y creativos. No ellos solos, sino nosotros con ellos. Sintiéndonos los adultos no solo juzgados por nuestras limitaciones y circunstancias, sino también apoyados y acompañados.

Tenemos entre todos la posibilidad de compartir un mensaje positivo y realista en relación con los menores y la tecnología, para cambiar el discurso y pasar del pánico y el problema a la oportunidad de ser y hacer cambio.

Besos,

M.

¿Tú qué eliges? ¿Pánico, problema u oportunidad?

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