María, 28 de febrero, 2022

Familia y tecnología: una tormenta perfecta de juicio y prejuicio

Con gran frecuencia, debido en parte a nuestros sesgos y debido también a la contradicción entre noticias y a la viralidad de mensajes y afirmaciones, las familias convertimos la información que nos llega sobre iKids y tecnología -edad del primer móvil, efectos de las pantallas, nuevas generaciones perdidas, permisividad frente a restricción, peligros de Internet- en PREJUICIOS y JUICIOS.

La información sobre ‘educar en la era digital’ no escapa al efecto clickbait. No escapa tampoco a los sesgos, las modas, los extremos, las verdades absolutas, los prejuicios, los juicios.

El prejuicio*

Un prejuicio es una opinión preconcebida, generalmente negativa, hacia algo o alguien. Nos formamos una opinión sobre una persona, por ejemplo, sin haber tenido la oportunidad de conocer previamente su realidad. Últimamente, el uso que se da a la tecnología digital en cada familia se ha convertido en un vector de prejuicios cruzados.

El primero de esos prejuicios es el generacional, con el que los adultos juzgamos constantemente a las nuevas generaciones respecto a su relación con la tecnología. Parece que el mero hecho de que en nuestra infancia y adolescencia no existieran redes sociales, videojuegos en línea y pantallas por todas partes nos hace mejores. Estamos aparentemente convencidos de que, si tuviéramos ahora 13 años, haríamos todo mucho mejor que nuestros hijos.

También hay prejuicios personales hacia la tecnología, que nos distraen de la raíz analógica de algunos problemas. Renegamos de los conflictos digitales, culpamos a la tecnología de que existan algunos problemas, como si muchos de ellos no tuvieran un origen humano. Madres a las que les preocupan los riesgos de Internet, pero comparten en sus redes la vida cotidiana de sus hijos; padres a los que les inquieta el acceso descontrolado a la pornografía, pero no tanto que sus hijos liguen cada semana con una chica diferente; familias que prohíben redes sociales a sus hijas, pero permiten videojuegos online a sus hijos. Familias que evitan las pantallas pero no hablan de respeto al prójimo en casa. Familias que acogen pantallas pero no hablan de respeto al prójimo en casa.

Luego están los prejuicios sociales: cuando se comparten consejos sobre educar en tiempos de Internet no se tienen en cuenta las diferencias, dificultades o desigualdades que afectan a cada familia. No todos los padres tienen la misma formación, el mismo tiempo, los mismos recursos, las mismas preocupaciones, la misma relación con sus hijos. Generalizar sobre cómo educar en la era digital lleva a la crispación; transmitir soluciones sencillas a problemas complejos invalida los esfuerzos de cada uno. Hablar de problemas digitales en el marco de la familia distrae de aspectos más importantes que la propia tecnología; muchos de los conflictos estructurales que afrontan padres y madres se deben a circunstancias ajenas a su control -legislación, uso comercial de datos personales, contenidos digitales generados por usuarios e insuficientemente filtrados por las plataformas…-. Son coyunturas difíciles o incluso imposibles de solucionar en el marco de la familia.

Esta época, además, se caracteriza por un prejuicio global. Los hay convencidos de que todo está fatal, de que las injusticias y la falta de valores son la norma. En opinión de muchos, la revolución digital es responsable de este apocalipsis, y en parte quizá tienen razón. Eso sí, resulta fácil responsabilizar de la pérdida de valores a empresas tecnológicas y a gobernantes, en lugar de a las personas que, en su vida cotidiana, aplican o no esos valores. En este sentido, somos expertos en buscar excusas: los irresponsables, egoístas y sesgados son siempre los demás, nunca nosotros.

Finalmente, el que nos ocupa hoy, el prejuicio entre familias: juzgamos a otros padres por dejar a sus niños delante de las pantallas, comprar un móvil demasiado pronto, permitir barra libre de wifi en sus casas; juzgamos también a las familias que evitan o prohíben la tecnología. Se juzga a progenitores cuyos hijos se meten en líos digitales, a los que no ponen normas y a los que ponen demasiadas.

Hace pocos días, Empantallados publicaba la cuarta edición de su informe ‘El impacto de las pantallas en la vida familiar‘, centrado esta vez en analizar ‘Familias y adolescentes tras el confinamiento: retos educativos y oportunidades‘. Un trabajo de gran calidad, con conclusiones interesantes y sobre todo útiles para familias que quieren entender el marco de la sociedad actual para educar a sus hijos de la mejor manera posible.

Algunos medios decidían informar así: Adolescentes y uso del móvil: Las 5 cosas que han cambiado (y mucho) tras la pandemia. Y en la noticia contaban que «la mayoría de adolescentes abusan del móvil cuando no saben muy bien qué hacer y, sobre todo, cuando se encuentran solos entre las cuatro paredes de su casa».

Otros medios decidían informar así: Los jóvenes españoles están ‘anestesiados’ con la tecnología. Y en la noticia contaban que «un 84% de adolescentes admite recurrir a su smartphone para no aburrirse”. La experta que habló de ‘anestesia’ en la presentación del estudio, la psicóloga Silvia Álava Sordo, no dijo que ‘los jóvenes están anestesiados’, sino que los primeros que tenemos de dejar de hacer esto -recurrir a una pantalla para evitar estar solos con nosotros mismos- somos los adultos. Y que quizá detrás de nosotros vayan nuestros hijos.

Considerar que la tecnología ha anestesiado a los iKids, afirmar que así, en general, los iKids están anestesiados, es un prejuicio.

El juicio

Tener ‘juicio’ es la facultad por la que podemos distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso. Es un estado de razón, opuesto a la locura. Es una opinión, un dictamen, un parecer.

La manera en la que padres y madres decidimos abrir el acceso de nuestros iKids a la tecnología digital en general y al smartphone en concreto es, desde hace ya tiempo, una fantástica herramienta a la que recurrimos los progenitores para ejercer nuestro ‘juicio’, para decidir qué es verdad, para darnos la razón a nosotros mismos y validar nuestras acciones, y para opinar a los demás.   

Si hemos interiorizado el mensaje absoluto de que la tecnología está transformando e impactando negativamente a la infancia, nuestra opinión será que educan mal los que introducen las pantallas demasiado pronto o sin criterio; los que permiten que sus adolescentes estén en redes sociales; los que dejan que los dispositivos estén siempre a mano; los que dan el móvil, pongamos, a los 11 ó 12 años. Los que permiten que sus hijos crezcan anestesiados, adictos, distraídos.

Si hemos interiorizado el mensaje absoluto de que la tecnología forma parte ‘natural’ de la sociedad actual y de que hay que inculcar un uso racional, nuestra opinión será que educan mal los que aspiran a proteger a sus iKids de los peligros de Internet; los que dan validez a las noticias sobre el efecto perjudicial de pantallas, videojuegos, redes y móviles; los que prohíben las pantallas; los que no van a dar el móvil, pongamos, hasta la mayoría de edad. Los que permiten que sus hijos crezcan aislados del mundo real.

Unos juzgan a los que permiten tecnología: malos padres y malas madres que, cuando los iKids son pequeños, los ‘plantan’ delante de las pantallas -cual ‘niñera tecnológica’-, los distraen con dispositivos para que coman o ‘no molesten’, se creen todas las teorías sobre ‘lo importante que es que aprendan a usar la tecnología para poder desenvolverse en el futuro’. Cuando son mas mayores, les compran un móvil y les da igual lo que hagan con él, o instalan un control parental para no tener que preguntar directamente qué hacen sus hijos en Internet.

Otros juzgan a los que usan tecnología: que dejan de hablar en las cenas porque están todos mirando al smartphone en cuestión, que dan un ejemplo pésimo porque gestionan fatal su propia vida digital, que intervienen en la vida de sus hijos a través de grupos de WhatsApp, que invaden el anonimato de sus iKids porque se pasan el día enseñando sus caras en redes sociales.

Y otros juzgan a los que evitan al máximo la tecnología:  malos padres y malas madres porque, cuando los iKids son pequeños, ‘son unos talibanes o unos ingenuos’ que no permiten ni una sola pantalla, lo prohiben todo y prefieren juguetes de toda la vida; padres analógicos recelosos de estos tiempos conectados. Familias en las que los videojuegos están prohibidos porque causan adicción, tener móvil a los 13 es doblegarse a una moda, y la creencia es que todo lo que los iKids vayan a ver online es una pésima influencia sobre su inocente adolescencia. Padres o madres que odian que haya proyectos tecnológicos en los colegios porque se ha perdido el espíritu de la enseñanza de toda la vida.

Nada más empezar el año, El País publicaba una entrevista con Jordan Shapiro, experto en alfabetización digital e investigador del Joan Ganz Cooney Center. El titular decía: «Hay que darle un móvil a un niño antes de los 13 años, cuando todavía se deja aconsejar«. Rápidamente aparecían opiniones, a favor y en contra. Apenas mes y medio después, de nuevo El País publicaba otra entrevista, esta vez con Cal Newport, profesor de ciencia computacional en la Universidad de Georgetown. En este caso el titular era: «Nadie debería tener móvil hasta los 16 años, o incluso hasta los 18«. Rápidamente, otra vez, aparecían opiniones, a favor y en contra.

Tú haz lo que consideres, pero la tecnología, estrenar móvil antes o después, no es el único factor que interviene en la ecuación de cómo son unos padres y cómo es su hijo. Afirmar que quien cree y actúa de otra forma a como lo haces tú es peor madre o padre, es juzgar (en muchos casos, sin tener la visión completa).

¿Tormenta perfecta o aprender a navegar la situación?

Resulta que cada familia es un mundo y cada iKid de una misma familia es un mundo. Resulta que las pantallas no hacen milagros y tampoco son el demonio. Resulta que nuestras decisiones sobre esas pantallas en casa no serán lo único que eduque a nuestros hijos. Resulta que ponerle de vez en cuando un video al iKid mientras merienda no le anestesia para la eternidad. Resulta que comprarle una consola no le convierte en adicto. Resulta que hay niños en familias muy tecnológicas que van aprendiendo a hacer las cosas «bien» y que hay niños en familias muy analógicas que hacen las cosas «mal». Y viceversa.

Entre los niños con acceso a pantallas los hay con y sin problemas. Entre los niños sin acceso a tecnología los hay con y sin problemas. Ser buen o mal educador no creo yo que radique exclusivamente en cuánto tiempo de pantallas permitas o en a qué edad les des un móvil. La edad no es lo único que influye en las consecuencias de tener móvil. Lógicamente, un niño de 9 años no necesita un smartphone. Y si una familia decide lo contrario, lo que necesitará es orientación, información o recursos para tener en cuenta todas las posibles coordenadas del efecto de que el menor tenga móvil a esa edad. Lógicamente, un chico de 16 que no tiene móvil es hoy por hoy una excepción. Y si una familia ha decidido esperar hasta esa edad, lo que necesitará es orientación, información o recursos para tener en cuenta todas las posibles coordenadas del efecto de que el chico estrene móvil a esa edad.

Resulta que si tú decides prohibir pantallas y otro decide permitirlas ninguno de los dos es peor o mejor padre. O al menos no lo es solo por eso.

Quizá nos hacen falta reflexión y humildad. A todos. Un poquito. Quizá el primer paso es asumir que, en cada familia, estamos todos aprendiendo. Nuestros hijos por edad y momento vital; nosotros por falta de referencias, por el ritmo de vida y por la exigencia constante que representa educar. En la era digital, ser padres empieza con el aprendizaje sobre uno mismo y el entorno, no con decirle a los demás cómo tienen que vivir o educar en la convivencia con la tecnología. Son muchas las maneras de interactuar, crear, aprender, relacionarse o jugar a través del mundo digital. Vamos a dejar de pensar que solo hay una forma correcta. Ya va siendo hora.

Besos,

M.

*Extracto del libro ‘Ser padres en la era digital’. María Zabala. Plataforma Editorial 2021.


PD. Mi opinión sobre el famoso tema de ‘la mejor edad para dar un móvil a tus hijos‘, en esta entrevista con La Voz de Galicia.

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